lunes, 20 de mayo de 2013

Laura Giordani (1964, Córdoba, Argentina)





 
Hay un poema que no se escribe nunca: queda clandestino en el revés
de la lengua. Mientras tanto, palabras placebo de ese poema imposible.


Apenas poder decir eso que naufraga finalmente en la frente.



Renunciar a escribirlo, perderlo: esa pérdida rescata.


Dejarse traspasar por esa ráfaga o fantasma, quedar inerte, rendida
como potrillo desintegrándose en el cauce seco sin ningún relato de la
sed o la lluvia.




[En el revés de la lengua]







Cuántas primaveras han tenido que mostrar su derrota para
convencernos, dónde mirar que no sea muerte demorada, polvo 
obediente al peso del aire. Cómo recobrar esa paciencia del agua que no
se precipita, demorada en la altura, en la locura de enloquecer hasta lo
blanco. Deslumbrada por el relámpago.



Me refugio en la sangre, en lo que no se de mí. Allí me yergo donde los
dedos no han señalado la caída, vértices donde las espaldas no han
encontrado descanso aún. Erguirse en la fortaleza de lo más blando, eso
que lleva a los huesos al colapso.



Hay una cadencia propia de la muerte en el tic-tac de los soles y los
pulsos y está esa dulce podredumbre en la espalda delatando el
perfume del error. Hay tanto pereciendo debajo de lo dicho: un
vertedero invisible en cada cráneo.



Arritmias que desconcierten el pulso de los muertos, que reviertan la
profecía del agua quieta: sólo quiero esa palabra terminal.



[Palabra terminal]




















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